Wuhan

Tras otro recorrido en tren rápido por la campiña china aborrotada de cuando en cuando por grandes edificios en construcción llegamos a Wuhan. Su enorme superficie nos creo problemas para encontrar a la persona que realmente fue el motivo de mi viaje a China: Xin Dai, estudiante china que en Madrid convivió conmigo durante cuatro años mientras hacia un master y un doctorado que aprobó con una preciosa tesis sobre la "Traducción al español de los eufemismos existentes en Sueño en el Pabellón Rojo". Daisy (su nombre español) es ya parte de mi familia y cuando se marchó de Madrid me dolió tanto como si lo hubiera hecho mi propia hermana o mi propia hija adoptiva. Al final nos reunimos con ella y partimos a dejar las cosas en el hotel justo al lado de una estación de metro. No sé si ya he comentado que los metros chinos son una prueba de eficacia. Cada 3 o 4 minutos llega uno puntualmente al que se accede cuando se abren unas mamparas que separan los andenes de las vías. La gente, dada la amplitud del andén, esperan en dos filas a los lados de las puertas y entran por riguroso orden. Los viajeros son gente amable que nos cedieron el asiento en alguna ocasión, y otras veces se acercaban a hablar con nosotros sonrientes, sobre todo niñas que querían presumir del inglés que estudian en Primaria.

Tras dejar las maletas, nos fuimos a cenar en un restaurante en el que tuvimos que esperar más de una hora para poder sentarnos en una mesa. La cena fue un hot pot, un hornillo en el centro de la mesa y un montón de ingredientes diferentes que tu mismo cocinas en el calor central. Estupenda cena, un poco más cara de lo normal pero deliciosa y divertida. Nos sorprendió la apariencia de los camareros, ya que no parecían tener todavía los 16 años que suponemos que deben cumplir para trabajar, pero quizá sea debido a que los chinos aparentan siempre menos edad de la que tienen, en todo caso en el 99 por ciento de los comercios los trabajadores son gente muy joven.

Un poco de charlita caminando rumbo al hotel y descanso merecido tras viaje y caminata.


Al día siguiente necesitábamos cambiar euros y nos fuimos a un banco que estaba abierto aunque era domingo. Esperamos un buen rato hasta que llegamos a la única ventanilla que estaba abierta y los trámites que hizo la cajera fueron largos y pesados, hasta que final conseguimos que nos diera los yuanes. Luego nos enteramos que era mucho más fácil en los cajeros con la tarjeta española. Tan fácil como hacerlo en un cajero español, metes la tarjeta, dices la cantidad y te salen los yuanes en cuestión de segundos. En fín, ser novato siempre es un hándicap, pero si alguna vez viajas a China no lleves euros, lleva una tarjeta, en realidad las comisiones van a ser aproximadamente las mismas que si lo haces en una ventanilla donde te van a pedir documentos y explicaciones.

Una vez conseguido nos fuimos a ver el templo más famoso de Wuhan: El Templo de la Grulla Amarilla, orgullo de la ciudad.





Precioso lugar en medio de unos jardines cuidados con esmero en donde puedes encontrarte rincones  acogedores para descansar de la caminata ¡ay! que supone la visita a cualquier lugar en China donde las distancias siempre están hechas para buenos caminantes que no tengan miedo al cansancio o al desánimo. 





También en estos jardines encontramos a alguien que se acercó amablemente a nosotros para darnos algunos detalles históricos del lugar, y que además comprendimos perfectamente gracias a la traductora simultánea que llevábamos con nosotros, Daisy. Era unas guías voluntarias que se acercaban al parque para ayudar a los turistas dándoles información o consejos y estaban encantadas de que en este caso fuéramos españoles y pudierán hacerse las consabidas fotos con nosotros. En esta foto puede apreciarse la postura con los dedos que todas las chicas chinas hacen cuando se encuentran con una cámara, y cuando digo todas, es todas. Curioso, tanto que al final acabábamos haciéndolo nosotros también.



- Este general de la dinastía Song tuvo el honor de que el gran poeta Su Shi le escribiera un poema que se ha convertido en un clásico -presumí ante la guía de mis recientes conocimientos sobre este poeta gracias a la tesis que estoy ayudando a corregir a mi amiga Qiaochu.

Su sorpresa al saber como yo estaba al tanto de la historia china fue tal que se mostró tan sonriente y encantada que incluso me abrazó brevemente, algo que me este caso me sorprendió a mí, ya que las chinas son tremendamente remisas a la hora de tener un contacto físico. Cuando les saludamos de la forma española, dos besos, rien nerviosamente y les suben los colores a las mejillas.




El interior del templo, estaba, del mismo modo que los que ya habíamos visto en Xi'an, bellamente adornado, tanto en su propia construcción de madera como en los adornos que poblaban sus espacios. Desde sus pasillos superiores se tiene una bonita vista de la ciudad a la que no me atreví a asomarme mucho dado mi vértigo incurable. A sus puertas hay una enorme campana que puedes golpear tu mismo si aportas los yuanes establecidos; mientras golpeas con un gran ariete un señor vestido de monje recita unos versos que por supuesto no entendí, pero que según Daisy te aportarían suerte y parabienes sin fín. Nos dió vergüenza hacerlo porque había mucha gente mirando, y ya eramos suficientemente observados dada nuestra naturaleza occidental. En Wuhan los turistas no chinos son muy escasos, no es una ciudad que esté en el circuito de las más ofertadas en las rutas de las agencias europeas. Sin embargo debe aclararse que a lo largo de todo nuestro viaje, aunque nos miraban con frecuencia, nunca nos sentimos agobiados o molestos, siempre ofrecían una sonrisa respetuosamente, como si dijeran, "que alegría que queráis visitar nuestra ciudad, sois bienvenidos, sentiros como en casa", y en Sanghái o Beijing ni siquiera nos sentíamos observados; los chinos además de amables, son cosmopolitas y acogedores.

Después nos fuímos a comer, otra vez hot pot. Pero esta vez era diferente al de la noche anterior, en el centro de la mesa no había una placa caliente, sino una gran cacerola con agua hirviendo y humenante que se mantenía así gracias a un hornillo en la parte inferior del tablero. Allí metes tus ingredientes (una mezcla abundante de verduras, carne y pescado) que te sirven crudos hasta que están bien cocidos y luego a comer con la compañía del arroz (no, claro, nunca pan).



Tras disfrutar de un merecido y breve descanso en el hotel quedamos con Daisy por la tarde para acercarnos a contemplar el más atractivo espectáculo que ofrece Wuhan: el skylane desde una de las orillas del río, desde donde veríamos, de forma similar a Shangái como se adornan de luces en movimiento los edificios del otro lado del río, en este caso el mayor de China, el río Yangtsé. De nuevo, impresionante, hermoso, derroche de iluminación sin reparar en gastos energéticos.



Luego habíamos quedado con una amiga de Daisy que vino a buscarnos en coche. Su nombre español es Irene, el chino impronunciable para mí, una chica de unos treinta y tantos, simpatiquísima, estaba aprendiendo español a un nivel muy básico "bonos días, como estás ustez" y trabajaba como policia municipal de tráfico. Nos llevo a una zona de marcha donde se podía escuchar música en los restaurantes que son el lugar más común para que se reunan los amigos, puestos callejeros de comida y chucherías y mucha gente andando por sus calles. Comimos algo sentados al aire libre y nos echamos unas risas y unas fotos. Cristina y yo pasamos una tarde noche muy agradable acompañados de la graciosa Irene y de mi querida Daisy. Ahora, al recordar todo lo que hemos vivido juntos, ¡como te echo de menos! Siento una especie de cicatriz en el alma que no podrá curarse, porque quién sabe si volveremos a vernos frente a frente...



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