Primer día en Xi'an

Desde la estación de tres viajamos en metro hasta nuestro hotel, un metro cómodo y fácil. Hemos cambiado de hotel a uno que está muy cerca del metro y eso nos parece fundamental para no perdernos en una ciudad donde nos resulta tan difícil preguntar por una dirección. Es un Hostel Young o algo así, muy agradables las recepcionistas y el hall donde han puesto una mesa de billar y muchas sofás junto a amplias mesas en las que escribir, jugar o por las mañanas como veríamos después, tomar unos desayunos ingleses muy bien servidos por 22 yuanes (menos de 3 euros), con huevo, salchichas, tostadas, café y zumo de frutas, lo cual nos proporcionaba fuerzas para gran parte del día. Después de descansar un rato y tomar una ducha, nos fuimos a comer en un restaurante que parecía baratito, y tras una verdadera pelea con los camareros para que nos entendieran, nos pusieron unos platos de pollo, verduras y arroz que comimos con mucha gana porque traíamos apetito después de toda una mañana de viaje. En este restaurante y otros que vimos después no tienen bebidas, a no ser claro, que quieras agua caliente; y no parecía que vinieran muchos extranjeros por aqui, porque no dejaron de mirarnos los camareros y los cocineros en toda la comida y con cara burlona y sorprendida comentaban el hecho de que supiésemos utilizar los palillos. Aquí por primera vez tuvimos una experiencia que se repetiría a lo largo de todo el viaje, una señora con su hija que estaba comiendo en la mesa de al lado tras intentar comunicarse para averiguar de donde veníamos, nos pidió un tanto tímidamente que si se podían hacer una foto con nosotros, bueno, claro que accedimos y eso dio pie a una larga lista de chinos que tendrán nuestra cara en sus fotografías y seguramente las mostraran a sus familiares y amigos quiza con orgullo, quizá con risas... no he logrado averiguar porqué estuvieron tan interesados los chinos de todas las edades y condición en hacerse fotos con nosotros. Pero bueno, por mí, encantado, como con esta guapa joven con la que tuve una agradable conversación en inglés en un Starbucks.



Después de comer nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Estaba situado nuestro hotel en una avenida muy ancha con edificios altos y modernos en cuyos bajos había tiendas de todo tipo, de ropa, comida, informática, etc. Por cierto, los móviles no son más baratos que en España, con lo cual aún se hace mayor mi sorpresa por el hecho de que todos usen los caros Iphones. El caso es que nos metimos por unas calles laterales y allí cambiaba el panorama. Casas bajas, claramente más antiguas y pobres, si bien eso no afectaba a la limpieza de sus calles, que seguía de 10. En estas calles no había casi tráfico, exceptuando por un lado unos carromato-taxis con motor y con toldos de tela que nos preguntaban sin parar que si queríamos que nos llevarán a algún sitio, y por otro lado, motos, decenas, cientos de motos de todo tipo, la mayoría eléctricas y cuyo forma de moverse no se diferenciaba mucho de los peatones, es decir, iban por los mismos sitios, aceras incluídas y pitaban continuamente para que no te cruzases en su camino; la gente se apartaba educadamente y nunca vimos una palabra de protesta o reproche ni por parte de los motoristas ni por parte de los viandantes, a pesar de que en muchas ocasiones estuvieran a punto de ser atropellados. El caso es que Xi'an debería llamarse la ciudad de las motos y no la ciudad de los guerreros de terracota. Avanzando por estas calles estrechas y un tanto desaliñadas y oscuras porque ya había caído la noche pretendíamos dar con una mezquita que en el plano aparecía como digna de visitar y entonces nos dimos de bruces con el zoco musulmán de Xi'an. Guauuuuuu.


De repente todo se iluminó como si fuese una feria de verano en alguna ciudad española, multitud de carteles de colores anunciando que sé yo, cada espacio era una tienda, la mitad más o menos de comidas de todo tipo, pinchos morunos de diferenes texturas y formas, tanto trozos de carne distintas como pescados sobre todo pulpos, dulces, tortas de harina, frutas... concretamente un montón de tenderentes con granos de granada rojos y relucientes, en fin, un festival de sabores y olores, sobre todo a aceite hirviendo que intuiamos que se quedaría pegado en nuestra ropa para toda la noche. 



La otra mitad de las tiendas estaba dedicada a recuerdos de todo tipo para turistas; podría ponerme a enumerar alguno de los miles que había, pero no acabaría nunca. Por citar los más típicos, había varios recuerdos con la imagen de Mao o resaltando la revolución con guardias rojos enarbolando fusiles o banderas, pitilleras, mecheros, monederos... al igual que en Shanghái, la fiesta del consumo, aunque a otro nivel más popular y barato. Nos compramos algún recuerdo de 5 o 10 yuanes aunque no comimos nada, ya que el fuerte olor a aceite era un tanto mareante y no invitaba a echar nada al estómago. Al final de una de las calles, el zoco era una especie de laberinto de calles cargadas de comercios y gente merodeando, nos topamos con la muralla protegida por un templo iluminado como siempre de colorines, y a partir de ahí se desembocaba de nuevo en una gran avenida tipo New York pero china.



Nos propusimos recogernos ya tras el largo paseo, pero el Maps.me no nos aclaraba mucho como hacerlo, y el laberinto era demasiado complicado como para recorrerlo en sentido inverso a como habíamos venido, así que, por fuerza mayor, cogimos un taxi de esos de toldo de tela motorizado y nos llevó a la puerta del hotel por 20 yuanes, lo cual, a pesar de que es menos de 3 euros, nos pareció el lógico timo a unos turistas desorientados. Ah, si, antes de abandonar el mercadillo nos comimos unos trozos de sandía del puesto de una anciana muy simpática que no paró de reirse mientras nos los vendía, asombrada quizá de que los extranjeros también comiesen sandía.




Comentarios

Entradas populares de este blog

Los guerreros de terracota

Último día en Shanghái