Skylane de Shanghái
Tras un breve vistazo a la Plaza del Pueblo y a sus bailes improvisados, nos fuimos a dar una vuelta por la calle comercial de Shanghái, la calle Nanjing, una especie de calle Preciados madrileña pero a lo bestia, mucho más ancha, mucho más larga, los edificios más altos, con mas de 1.000 tiendas espectaculares, pero con las mismas marcas famosas ofreciendo los mismos productos, aunque nos parecieron, en realidad no entramos en las tiendas estas de lujo, un pelín más caros que en España. Un inciso para contar un par de cosas que nos sorprendieron aquí y que después los seguiriamos viendo en todas las ciudades que visitamos. Primero, el suelo de las calles está asombrosamente limpio, ni un papel, ni una colilla, ni una bolsa de Doritos ensuciando el empedrado; quizá sea que los ciudadanos chinos son muy cuidadosos con sus desechos urbanos, o quizá la razón consista en que por todas partes había un barrendero quitando los escasos restos que por el suelo aparecían, en algunos casos, con un recogedor que consistía en una lata grande reciclada y recortada convenientemente. La segunda cosa que nos dejo boquiabiertos fue la costumbre de los chinos de escupir en cualquier sitio que se encontrasen, por la calle, en un restaurante, en un banco, que sé yo, por todas partes, precedido por un sonido que indicaba la preparación del gargajo; también las mujeres, aunque debo decir que no recuerdo haber visto ni oido a ningún joven por debajo de los 30 con este desagradable hábito. Creo haber leído en alguna parte que en cierta época tras la Revolución Cultural existían comités encargados de decir a la gente que no debían escupir por la calle, pero visto lo visto, no parece que tuvieran mucho éxito, al menos con las personas mayores.
Bueno el caso es que entramos en un par de mercados pequeños que competían con las grandes marcas en esta abarrotada calle, pero eran raros, tenían pocos productos, todos parecidos, consistentes en todo tipo de dulces, algunos al peso, otros en envoltorios de colores, otros en cajas de todos los estilos y tamaños, tan bonitas, que no puede resistirme a comprar una, a pesar de que mi adoración por los dulces es simplemente nula.
Mientras mi compañera de viaje, influida sin duda por el hecho de ser mujer, echaba un vistazo al interior de algunos comercios, yo me senté un rato en los bancos que cada 10 o 20 metros en el centro de la avenida se ofrecían al paseante para su descanso. Debo decir que me encanta el dedicar horas a observar a los diferentes personajes que pasan ante mi vista, y esta calle era el lugar perfecto para practicar. Había leído en alguna de mis navegaciones sin rumbo por internet, que las mujeres chinas son muy hermosas pero los hombres son muy poco atractivos. Bueno, quizá me lo parecío a mí también, pero soy poco objetivo en mi apreciación, ya que el 99,9 de mis miradas iban dirigidas a las chicas. Me parecieron preciosas, es como si hubiesen sido dibujadas, destilan delicadeza en sus portes, sus rostros podrían haber sido moldeados en porcelana blanca, su forma de andar es casi volátil, sus sonrisas irresistibles. Sin olvidar el estilazo que tienen vistiendo, todas parece que se habían vestido para salir de fiesta, ropa de marca, llevada con mucho glamour... están muy de moda unas falditas negras cortas con botas negras hasta las rodillas, dejando al descubierto sus delgadas piernas a veces adornadas con medias de color amarillo pálido, y también son muy dadas a llevar gorritos muy variados, predominando las boinas de estilo francés. Por cierto, algunas jóvenes llevan el tradicional traje hanfu, un traje original de la dinastia Han, y lo llevan con toda normalidad, no porque vayan a ninguna celebración o algo así, sino porque se lo ponen para ir por la calle. Aunque solo vimos en muy contadas ocasiones.

Eso sí, no busquéis curvas en sus cuerpos porque en una gran mayoría de los casos, casi no existen. Sus nalgas están tan ocultas por los pantalones o las faldas que no se aprecia la forma del culo como pasa por mi pueblo madrileño, y evitan el escote para no enseñar un pecho bastante plano por lo común. Pregunté por allá si no solían hacerse operaciones quirúrgicas para abordar alguno de estos temas, y me dijeron que la mayor parte de este tipo de cirugía estética era para... ¡¡¡ponerse un doble párpado!!! En fin, cauno es cauno y a naide le importa. Ah, y otro detalle que nos llamó la atención en esa calle es que casi todos los viandantes eran jóvenes, como de 20 a 30 años, no se veían apenas personas mayores.
Cuando nos pareció que era la hora, nos metimos por una de las calles laterales menos fashion que la avenida principal para buscar un restaurante baratito donde cenar algo. Entramos en uno que tenía buena pinta, con los platos fotografiados en grande en la entrada lo que seguramente podría facilitarnos el pedir comida caso de que no nos entendiesemos de otra manera con los camareros. Efectivamente, no nos entendíamos, ni papa de inglés y encima el gran problema consistió en que, despues de un buen rato de consultar entre ellos con encendido debate, nos aseguraron que nuestras tarjetas no podían admitirlas. Eso si, dicho con una sonrisa de oreja a oreja, con un gesto entre burlón y divertido. Solo llevábamos 100 yuanes, unos 13 euros, así que se lo enseñamos a la camarera que nos aconsejó unos platos que no superaban esa cantidad. De acuerdo, dijimos por señas, y nos trajeron comida en abundancia, pollo frito con especias en trocitos pequeños envueltos por una gran cantidad de guindillas picantes verdes y rojas, tallarines con verduras de colores, arroz y unos rollitos de primavera rellenos también de diferentes verduras. Todo muy rico. Dado que no nos habían puesto ninguna bebida pedimos que nos trajesen agua (con el traductor) y nos pusieron un jarra enorme con ¡agua caliente!, así que nos decidimos por pedir una cerveza y dejarnos de líos (la cerveza china Tsingtao es muy aceptable). La verdad es que a lo largo de todo el viaje nos hemos hartado a comer. Los platos son muy abundantes y baratos si sabes donde meterte, y aunque hemos andado en jornadas agotadoras, venimos con unos kilitos de más, y además hemos disfrutado comiendo porque todo nos ha parecido muy exquisito.
Cuando terminamos y salimos al exterior ya era de noche, como las 6 o algo más, y decidimos, con la ayuda del Maps.me, acercarnos hasta el río para apreciar el famoso skylane de Shanghái, un paseito de unos 15 o 20 minutos. Pero el paseo resultó ser un encontronazo con una característica ineludible de China. Estoy hablando de las multitudes, impresionante, y todo chinos, no veíamos occidentales por ningún lado, seguramente a causa de que no se trata de un periodo vacacional o turístico. Cuando salimos de la calle peatonal y nos metimos en una calle con coches por el centro y ceras estrechitas, la muchedumbre era tan enorme que unos guardias municipales dirigían a los transeúntes para que por un lado se fuera y por otro se volviera, y no se permitía cambiar de acera. Eran miles de personas agrupadas como una sola en las dos direcciones, se andaba al ritmo de la masa, ni más rápido ni más despacio, porque te convertías en una parte de la gigantesca oruga que marchaba a un paso único. Oruga que al final llegó a una avenida horizontal también muy ancha y adornada con edificios de porte señorial encendidos en luz dorada.
Al otro lado de la calle se veía gente en un paseo elevado, mucha gente que miraban al frente sin que todavía pudiésemos divisar que espectáculo era el que llamaba su atención. Así que, sin más dilación subimos al paseo superior llamado Bund para verlo con nuestros propios ojos. Cuando leas que el skylane de Shanghái es impresionante, creételo, seguro que se han quedado cortos al contarte lo vistoso que resulta. No dábamos crédito a lo que se apreciaba al otro lado de un ancho río.
Los altos edificios que destilaban modernidad en sus formas estaban iluminados con multitud de colores que cambiaban para dar uina mayor vistosidad al espectáculo. Algunos exhibían formas y texturas, otros jugaban a combinar los colores y sus brillos, otros con imágenes que se reflejaban en millones de destellos sobre el río que bordeaban. Hermoso, realmente hermoso, a pesar de que no resulte muy deseable el inmenso gasto de energía eléctrica en el contexto del cambio climático. De vez en cuando pasaba un barco ante nuestros ojos también iluminado por un lucerío de mucho cuidado que ofrecía una imagen casi fantasmal.
Nos resulto difícil alejarnos de allí, embrujados por la magia del espectáculo que acabábamos de presenciar, lo hicimos de nuevo inmersos en ríos de personas también sonrientes como nosotros, gente, ahora sí, de todas las edades, familias completas desde el abuelo hasta el bebé, y todavía sin rastro de otros occidentales hechizados por Shánghái.





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